La lanzada con la que el soldado traspasó el Corazón de Cristo crucificado dejó una abertura: una invitación a los hombres mujeres de todos los siglos para acercarnos al latir de ese Sagrado Corazón, que tanto nos ama, que dió la vida por nosotros. No es un corazon insensible, muerto, embalsamado: es un Corazón Vivo, que sigue amando con misericordia infinita a cada uno.